EXPOSANTANDER 2013
CUBOS
La última obra de Joaquín Martínez
Cano
Por Luis Azurmendi
Arquitecto
Si de madrugada recorriésemos una
playa de Noja, en Cantabria, es posible que nos cruzásemos con un
corredor que ya vuelve de no se sabe qué recorrido maratoniano. Si
Allan Silitoe imaginó en “la soledad del corredor de fondo” a un
introspectivo protagonista en busca de su libertad, en el caso de
nuestro corredor, el artista que aquí muestra su obra, encontrará
en el recorrido el soporte necesario para su bagaje cultural.
Son itinerarios para observar la
naturaleza cambiante del paisaje, de las mareas, del viento y la luz,
la pesca, las algas o los restos de un naufragio, o para imaginar
sobre el testimonio de unas ruinas o recrear los cuentos que otros
contaron, serán imágenes que impregnarán la obra de su trayectoria
profesional.
Ya comenzó el artista Joaquín
Martínez Cano con aquellos “encuentros” de objetos que la mar
depositaba en los arenales. Con ellos construyó lienzos donde se
incorporaban redes, maderas y materiales con un motivo figurativo que
después fue vaciando hacia un neoexpresionismo.1
Su traslado a la ciudad portuaria no
cambió su forma de percepción y las imágenes de óxidos navieros,
colores y formas industriales surgirán en exposiciones como “Recieza
portuaria “(1999).
También la memoria, el recuerdo como
forma creativa de la memoria2,
se activa cuando paradójicamente el mundo de imágenes y vivencias
de la infancia se desvanece, transforma o desaparece. Su pintura
representa un mundo rural tratado con irónica mirada protectora, usa
escalas hábilmente desproporcionadas y alusiones a un “pop” que
dará paso a la exposición de “Vacior” 3
Tampoco lo cotidiano del mundo urbano
pasa desapercibido dando lugar a una etapa de crónicas de escenas
callejeras en un ambiente de claroscuros
forzados con incisivas siluetas horadadas en la “tabla” y
que aparecieron en la exposición “Surcos” (2010)4
Pero ahora, observando el recorrido de
nuestro artista, caemos en la cuenta del significado de la obra que
aquí se nos presenta.
En la trayectoria artística de Joaquín
Martínez Cano hay una constante observación y utilización de la
naturaleza. Y lo es en un doble sentido: tan pronto se recogen
objetos encontrados para componer una escenografía, como se
identifican perfiles de rocas, arenales, o simples piedras, con
escenas y personajes emergidos de otra mítica odisea. De ahí que,
en ocasiones, sobre las imágenes fotografiadas, dibuje aquellas
otras que le sugieren las formas naturales, al modo que los relieves
de la cueva evocaron el dibujo de las pinturas prehistóricas5.
Aquel primitivo artista descubría imágenes que ya existían, solo
tenía que hacerlas explícitas, pintarlas, para reconocerlas ante
los demás, cualquiera sabe con qué objetivo.
Este doble juego entre pintar “la
naturaleza” o de pintar “a la naturaleza” tiene aún
un nuevo giro que aparece en esta muestra.
Por un lado la transformación de
formas encontradas en los escenarios naturales, rurales o urbanos,
como los juegos del agua y las formas orgánicas de la espuma de la
orilla de la mar, los reflejos de óxidos náuticos en los muelles o
las texturas de los muros.
Por otro la sublimación de esas
imágenes que, al aumentar la escala, pierden su figuración y para
nosotros pierden el motivo que las sustentaban y nos aparecen como
imágenes abstractas. He aquí un nuevo juego al que nos invita el
artista: lo que antes era figuración ahora es adivinanza en forma de
abstracción. La operación estética, el gesto diríamos, que hace
el artista es acercarnos o alejarnos del objeto concreto hasta
límites que lo hacen irreconocible; nos reduce la escala de nuestra
observación para adivinar las huellas de lo que en apariencia es una
abstracción.
Estoy convencido de que juega con
recursos a los que se somete disciplinadamente. Antes, en la
exposición “Surcos”, serie pictórica desprendida de color,
aparecía, superpuesta, una figura geométrica básica, un círculo o
un cuadrado, interpuesta como referencia que anclaba el motivo
esencialmente orgánico o que nos alertaba de que, además del blanco
y el negro, existe el color.
Después las formas y colores inundan
los bordes laterales del cuadro aumentando su grosor. Se inicia así
una nueva dimensión de la pintura al desprenderse del marco plano
que la contenía. Pero tampoco nuestro artista quiere renunciar a la
referencia plana de la pintura como tampoco lo hizo del color y, como
consecuencia, aparecerá el cubo, figura plana por excelencia en el
espacio, que anclará y advertirá que sigue tratándose de una
“pintura”
Al ver estos cubos y conocer su
trayectoria no me resisto a recordar cómo, en los años veinte, los
cuadrados de Malevich en relación al cinematógrafo que descomponía
la figuración en secuencias espacio-temporales, propuestas
abanderadas por Dziga Vertov6.
He ahí un juego que nos invita el
artista: un recorrido de lo figurativo a lo abstracto, del plano del
lienzo al cubo de los seis cuadros, que son uno. Seis caras hacia un
espacio total que no admite más posición que la suspensión en él.
No es un espacio escultórico es un espacio pictórico que utiliza el
vacío como soporte.
Luis Azurmendi
6 de Junio de 2013
1
Exposición: fecha y lugar.
2
Kierkegaard: In Vino Veritas
3
Exposición: fecha y lugar
4
Exposición: fecha y lugar
5
Matilde Musquiz y Pedro Saura.
6
Guillermo Solana en Malevich al cuadrado
![]() |
"Receptor..." Escultura suspendida. Colegio Oficial Arquitectos de Cantabria. Foto: Naara Martínez. |
Enlaces
jmartinezcano.com
martinjo@coacan.es
Biografía